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Una terapia con ‘mindfulness’ muestra eficacia como tratamiento psicológico para la depresión

 

Ante un diagnóstico de depresión, la respuesta terapéutica transita por dos caminos complementarios: los psicofármacos y la psicoterapia. Se puede tomar una senda o las dos, pero ninguna es infalible, avisan los expertos. Alrededor de la mitad de los pacientes no responden al primer tratamiento y hay que probar otras intervenciones para intentar atajar la enfermedad y evitar que se cronifique. En el campo de las segundas opciones, un estudio de investigadores británicos ha revelado ahora que la terapia cognitiva basada en mindfulness —una técnica de meditación que consiste en observar la realidad en el momento presente, con atención plena y consciente— puede ser eficaz como tratamiento psicológico para casos resistentes cuando fallan las primeras opciones de psicoterapia. Este abordaje terapéutico mezcla principios de la terapia cognitivo conductual, que busca cambiar patrones de pensamiento negativo, con técnicas de meditación mindfulness para desarrollar habilidades para responder de forma más adaptativa al estado de ánimo negativo y al estrés.

Los científicos externos consultados explican que este tipo de terapia cognitiva con técnicas de atención plena goza ya de solvente evidencia científica y este estudio, publicado este miércoles en The Lancet Psychiatry, suma más datos a favor. Pero, a la vez, advierten, estos hallazgos no pueden generalizarse a todas las estrategias más o menos científicas que se cobijan bajo el versátil término del mindfulness: el modelo de psicoterapia que plantea este estudio ha de hacerse bajo la batuta de profesionales sanitarios especializados y con un estricto protocolo técnico. No todo mindfulness sirve para la depresión, avisan.

Los autores de la investigación publicada este miércoles señalan que, según datos de Reino Unido, aproximadamente, el 50% de los pacientes con depresión no muestran remisión de los síntomas tras la primera línea de tratamiento psicológico (la terapia cognitivo conductual es la más frecuente). Los científicos admiten que se han realizado pocas investigaciones sobre alternativas de tratamiento, pero un candidato prometedor siempre ha sido la terapia cognitiva basada en la atención plena (MBCT, por sus siglas en inglés). Esto es, “una intervención grupal de ocho semanas que utiliza la práctica de la atención plena como un medio para ayudar a los pacientes a mejorar su capacidad para reconocer y desvincularse de los patrones habituales de pensamiento desadaptativo”, explican en el artículo.

Carlos Losada, vocal de la Sociedad Española de Psicología Clínica, pone un poco de contexto sobre esta terapia: “Es un modelo psicoterapéutico que integra principios de la terapia cognitiva con prácticas de mindfulness. Este último concepto surge de la adaptación sistemática de técnicas meditativas budistas, despojadas de su marco religioso original y reformuladas bajo criterios científicos occidentales”. El psicólogo clínico cuenta que el mecanismo central de esta terapia pasa por modificar la relación del paciente con sus procesos mentales. “Enseña a observar pensamientos, emociones y percepciones corporales sin reaccionar automáticamente a ellos, cultivando una actitud de aceptación no evaluativa”, abunda. Y no es este el único enfoque válido que integra mindfulness, asegura. “Otras terapias (como la de aceptación y compromiso o la dialéctico-conductual) incorporan estos componentes con eficacia comparable, siempre que sean aplicadas por profesionales con la cualificación adecuada”, puntualiza.

Sobre la MBCT ya había evidencia de su potencial e, incluso, se recomendó para la prevención de recaídas en personas con antecedentes de depresión, según los investigadores británicos. Pero ellos querían validar sus efectos más allá, como segunda opción cuando falla el primer tratamiento psicológico, expone Thorsten Barnhofer, investigador del Departamento de Intervenciones Psicológicas de la Universidad de Surrey (Reino Unido) y primer autor de la investigación: “Como entrenamiento mental sistemático, la meditación de atención plena puede ser especialmente adecuada para abordar patrones de pensamiento negativos que se han arraigado profundamente y se han vuelto habituales. Por eso, parecía una buena opción para probarla en pacientes en quienes las terapias de conversación habían fracasado”.

Para probar sus hipótesis, los científicos reclutaron a 234 pacientes con depresión cuyos síntomas no habían remitido tras una primera terapia conversacional de alta intensidad (durante 12 semanas o más) y los dividieron en dos grupos: a uno los sometieron a la terapia habitual establecida en su caso y en el otro brazo, a ese abordaje habitual le añadieron la terapia cognitiva con mindfulness por videoconferencia. “Es un tratamiento grupal. Consiste en una entrevista individual previa y ocho sesiones semanales. Los participantes reciben grabaciones de audio de meditaciones guiadas y se les pide que practiquen aproximadamente una hora al día durante el tiempo que dure la intervención”, explica Barnhofer.

La investigación validó la eficacia de esta estrategia y constató una mejoría de la sintomatología depresiva en el brazo de intervención, lo que abre una nueva puerta terapéutica a un perfil de paciente complejo —la mayoría tenía un largo historial de depresión de inicio temprano, con recaídas y tasas altas de ansiedad—. También se identificó una reducción de los síntomas de ansiedad generalizada y se reportó un aumento del bienestar mental global. “Nuestros hallazgos muestran mejoras de pequeñas a moderadas durante la intervención, que se consolidaron durante los seis meses posteriores”, puntualiza Barnhofer. Los autores también destacan que la terapia es económicamente rentable para su sistema de salud.

Por qué funciona

¿Y por qué funciona este modelo terapéutico? Barnhofer explica que hay evidencia de que mejora el funcionamiento de los circuitos de control frontolímbico, implicados en la regulación emocional; también reduce la dominancia de la red neuronal por defecto, que es ese conglomerado de regiones cerebrales asociado a los automatismos, a las actividades que se hacen cuando la mente está en reposo; y, según el investigador británico, también se ha visto que provoca “un cambio en el procesamiento que incluye una mayor participación de las áreas somatosensoriales y la ínsula”, es decir, de zonas relacionadas con la regulación de la atención. “El principal mecanismo psicológico de esta intervención es que ayuda a los pacientes a reconocer y desconectarse mejor de patrones de pensamiento negativos”, sintetiza el científico.

Esta terapia no está reñida con los fármacos. De hecho, el 70% de los participantes tomaba antidepresivos y pueden usarse sin problema, sostiene Barnhofer, aunque todavía no está claro si ambos interactúan. “Se sabe que los antidepresivos pueden aumentar la neuroplasticidad y es posible que el entrenamiento de meditación sea más eficaz en tales circunstancias”, propone.

El psiquiatra Víctor Pérez, director médico del Hospital del Mar de Barcelona y experto en el campo clínico de la depresión, considera que esta investigación, en la que no ha participado, es un “estudio serio y genera más evidencia” sobre una terapia ya “bien consolidada”. “Estos estudios buscan evidencia clínica en muestras reales. El valor de estas investigaciones es que son pragmáticos”, opina.

El principal mecanismo psicológico de esta intervención es que ayuda a los pacientes a reconocer y desconectarse mejor de patrones de pensamiento negativos”

Thorsten Barnhofer, investigador de la Universidad de Surrey (Reino Unido) y autor del estudio

Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona y vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, coincide en que se trata de un trabajo “muy bien hecho y realista”. “El resultado es muy ilusionante”, apunta y, aunque está hecho en Reino Unido, considera que puede ser extrapolable al sistema español.

Por su parte, Losada opina también que se trata de “un artículo científico riguroso que podría contribuir a mejorar la práctica clínica en el contexto británico”, pero muestra también sus cautelas: “Los efectos reportados en este trabajo oscilan entre pequeños y moderados, aunque cabe señalar que los autores presentan cierto grado de conflicto de interés por sus vínculos con la MBCT”.

El psicólogo también pone en cuestión el concepto de “paciente resistente al tratamiento”, el perfil sobre el que pivota esta investigación. “Resulta problemático porque, con frecuencia, oculta deficiencias del sistema más que del propio paciente. Antes de aplicar esta etiqueta, deberíamos considerar si el tratamiento seleccionado es realmente el apropiado para las necesidades específicas, características personales y valores del paciente, si está siendo aplicado correctamente en términos de frecuencia e intensidad por un profesional debidamente cualificado, y si se han tenido en cuenta factores contextuales que podrían estar interfiriendo, como situaciones de desempleo, pobreza o experiencias traumáticas no resueltas”, reflexiona. Y termina: “En muchos casos, lo que se presenta como resistencia al tratamiento refleja en realidad las limitaciones de un sistema que no logra adaptarse a las realidades complejas de quienes necesitan ayuda”.

No todo el ‘mindfulness’ vale

Barnhofer advierte también de que no todo lo que engloba la polisémica palabra del mindfulness vale para tratar la depresión: “Nuestros hallazgos indican que este enfoque, cuando se aplica según el manual de tratamiento, tiene efectos positivos, pero no debe interpretarse como una sugerencia de que cualquier estrategia de atención plena sea útil. De hecho, existe el riesgo de que el uso de estas técnicas fuera del enfoque estructurado de la MBCT pueda ser perjudicial”.

En la misma línea, Losada avisa de que “el mindfulness trasciende lo terapéutico -como el ejercicio físico, que puede ser rehabilitador o recreativo-, pero su uso clínico exige rigor”. Y señala los riesgos en los que pueden caer profesionales sin formación especializada, como “aplicar técnicas sin adaptación individual o patologizar respuestas normales”. “Ante problemas de salud mental, la evaluación inicial debe realizarse siempre por especialistas acreditados en el Sistema Nacional de Salud (SNS), quienes pueden después delegar aspectos complementarios en otros profesionales. Las soluciones aparentemente sencillas rara vez funcionan en casos clínicos reales. Cuando parecen hacerlo, suele ser porque el paciente no requería intervención profesional intensiva. Por esto exigimos siempre profesionales con cualificación acreditada en el SNS”.

El psicólogo apunta un par de banderas rojas que pueden servirle al ciudadano de referencia para identificar prácticas de dudoso rigor científico y clínico: “Como señales de alerta clave debemos señalar dos: promesas de resultados excepcionales rápidos y profesionales que atribuyen sistemáticamente el fracaso al paciente”.

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